En el ámbito de la religión, especialmente entre las denominaciones cristianas, se sostiene firmemente la creencia de que la vida comienza en la fecundación, cuando el espermatozoide y el óvulo se unen, momento en el cual el Espíritu Santo da vida. Esta perspectiva se fundamenta en varios pasajes bíblicos que subrayan el valor y la santidad de la vida desde su concepción.
Jeremías 1:5 afirma que Dios nos conoce antes de formarnos en el vientre materno: “Antes de formarte en el vientre, ya te conocía; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones”. Este versículo sugiere una relación personal y un propósito divino para cada individuo desde antes de su nacimiento, implicando que la vida comienza mucho antes del parto.
El Salmo 139:13-16 describe la función activa de Dios en nuestra creación y formación en el vientre materno: “Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre... Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado”. Esta descripción poética resalta la intervención divina en cada etapa del desarrollo fetal, subrayando la importancia de la vida desde la concepción.
Éxodo 21:22-25 establece una severa pena para quien causa la muerte de un bebé en el vientre materno, equiparándola a la pena por asesinato: “Si algunos riñeren e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida”. Este pasaje refleja la equivalencia, en términos de valor de la vida, entre un feto y un adulto según la ley mosaica.
Para el cristiano, el aborto no es simplemente una cuestión del derecho de la mujer a elegir; es un asunto de vida o muerte de un ser humano creado a imagen de Dios, como se expone en Génesis 1:26-27: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Este principio se refuerza en Génesis 9:6, que advierte contra el derramamiento de sangre humana: “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”.
Desde esta perspectiva, el aborto es visto como la terminación de una vida humana que, según las creencias cristianas, posee un valor intrínseco y un propósito divino desde el momento de la concepción. Esta visión no solo se basa en la interpretación de textos sagrados, sino también en una comprensión teológica de la naturaleza humana como reflejo de la divinidad.
En conclusión, para los cristianos, el debate sobre el aborto trasciende las cuestiones legales y de derechos individuales. Es una cuestión moral y espiritual profundamente arraigada en la convicción de que cada vida humana es sagrada desde el momento de la concepción, mereciendo protección y respeto. Esta creencia influye en la postura cristiana sobre el aborto, defendiendo la vida del no nacido como un mandato divino y una expresión de la imagen de Dios en la humanidad.
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